miércoles, 14 de enero de 2009

SIN TÍTULO



Un mensaje imaginario, o real, llegó en la tarde —la debía buscar en la noche llevando consigo el dinero—, como un infinito punto blanco en el espacio exterior de su mente abstraída. Locura, podrían haber dicho los de afuera; estupidez, sus compañeros de la universidad; él, simplemente la llamaría: ¿amor infructuoso?

Cómo había podido planearlo todo: acaso recordaba el detalle de abrir su puerta, acaso sufría lagunas mentales, es que no podía ser de otra manera.

A la deriva y perdido en la oscuridad, se abrió paso a caminata limpia. El mensaje decía eso, que le lleve el dinero y después vería si algo ocurriría; nada o quizá todo, mil mentiras en medio de alguna verdad, gritos dentro de él, gritos de lucidez parapetándose de sombras paquidérmicas, sombras contra luces.

Que por qué tenía que hacer lo que a ella se le antojaba, simple y llanamente porque había creado su mundo paralelo. Otra vez el ringtone deleitaba al silencio. Su cuarto, una habitación siniestra, unos recuerdos flagelando su ser-pensamiento.

Salió a la calle en busca de vida. En aquel momento la noche estaba en su clímax. Algunos entes nocturnos hurgaban en las bolsas pedazos de sobrevivencia, borrachos que terminaban la faena se tambaleaban tarareando canciones de cantinas. De sopetón, un perro le encajó un ladrido en el limbo de su conciencia. Como un fantasma, puso los ojos saltones y el rostro pálido. Innumerables voces y ruidos citadinos de la nocturnidad se habrían paso en la calle que recorría sin rumbo fijo.

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